Historias de sobrevivientes
La Alliance to End Human Trafficking (AEHT, por sus siglas en inglés) ayuda a los sobrevivientes de la trata de personas
Los sobrevivientes de la trata que reciben ayuda de miembros de la AEHT provienen de orígenes diversos e innumerables formas de trata de personas. Los siguientes son solo unos ejemplos de estas historias.
Sophia: Novia por correo
Sophia (ni el nombre ni la imagen son reales) tiene 33 años y es oriunda de un país de Europa del Este. Tiene una hermana y un hermano. Era una familia pobre pero feliz.
Tuvo la suerte de poder estudiar y pasó un año en Rusia estudiando diseño de modas; ahí conoció, en una red social, a un hombre que también era de un país de Europa del Este, pero llevaba algunos años viviendo con sus padres en Estados Unidos. Ya era ciudadano de ese país y hablaba inglés muy bien. Le causó buena impresión a Sophia y logró captar su interés por saber más de él y su vida en el extranjero. En parte, ella estaba maravillada con la libertad que este hombre sentía, algo que su familia no tenía en Europa del Este. Se escribieron por internet y él fue a Rusia a visitarla. Era un momento emocionante y Sophia podía ver que era una persona que tenía metas para su futuro.
Con el paso del tiempo, él le propuso matrimonio y ella aceptó la posibilidad de casarse con él y mudarse a un estado de la costa oeste estadounidense. A sus padres les preocupaba que estuviera tan lejos de su casa, pero ella estaba segura de que siempre podría visitarlos y mantener el contacto. Sophia voló a Estados Unidos sola y se encontró con su prometido en Nevada. Él le dijo que era un lugar popular para contraer matrimonio. La ceremonia fue bastante breve, pero él había invitado a varios amigos; luego recorrieron la gran ciudad y disfrutaron de comidas y tragos en muchos tipos de restaurantes y bares. Ella nunca se había sentido tan libre y feliz.
Varias semanas después de su luna de miel, fueron a la costa oeste, donde Sophia conoció a su suegra, con la que su esposo vivía. El apartamento era pequeño y estaba ubicado en una zona muy ruidosa de la ciudad. No era lo que había esperado, pero él le dijo que no vivirían ahí por siempre. Ella consiguió un trabajo en una pequeña tienda de comestibles del barrio que administraba un hombre de Rusia. Dado que ella hablaba ruso, este empleo le venía bien y le permitía practicar inglés con los clientes. Su esposo cobraba el salario del empleo de Sophia.
Pasaron semanas, meses y las cosas comenzaron a cambiar. La suegra se convirtió en una persona muy irascible con Sophia, quien se preguntaba si era porque su esposo estaba pasando más tiempo con ella y dejando de lado a su madre. Pero su suegra le gritaba a Sophia por cualquier cosita que no le gustara. Luego el esposo de Sophia comenzó a cambiar. Le dijo que él era el jefe y que ella solo podía vivir en Estados Unidos gracias a él. Ella no tenía derechos sin un vínculo legal con él. Por lo tanto, tenía que obedecerlo por completo.
Esta exigencia también se daba en la vida sexual. Lo que antes era hacer el amor ahora era dolor y miedo. Él le hacía daño e incluso la asfixiaba mientras tenían relaciones. Sophia comenzó a tener mucho miedo. Trató de hablar con su suegra, pero esta también le gritó.
Gradualmente, Sophia fue dándose cuenta de que no era un matrimonio real, sino una forma de usarla para obtener dinero, tener una mucama para las tareas domésticas y tener un cuerpo contra el cual liberar la agresión y la ira.
Después de otros seis meses con noches y días llenos de temor, Sophia estaba agotada, sola y sin poder encontrar una salida. Su esposo le había prohibido ver a los amigos que había hecho en los inicios del matrimonio. Ahora también tenía temor de quedar embarazada y tener un hijo que cuidar en este hogar opresivo.
Una mañana Sophia fue a trabajar, pero en realidad se escapó. En la tienda donde trabajaba buscó en internet una agencia social y llamó. Les pidió que fueran a buscarla y lo hicieron. Le explicaron que tenía el derecho a pedir el divorcio y denunciar ser víctima de un matrimonio forzado, lo que dependería de cuáles habían sido las circunstancias reales en las que vivía. La llevaron a un hogar supervisado por dos mujeres, que dijeron que eran Hermanas Católicas.
Mientras vivió con ellas le hicieron un examen físico que demostró que tenía lesiones sexuales. Todos los detalles son muy personales y demasiado difíciles para recordar. Sophia escribió su historia en detalle para los abogados. Finalmente confirmaron que lo que ella había padecido era lo que se conoce como esclavitud de “novia por correo”. Nunca había oído esa frase antes, pero sabía que describía la situación a la que había llegado.
Sophia se sentía muy segura en el hogar con las Hermanas, que también recibían a otras mujeres con otras historias de abuso. Juntas vivían felices.
Cada una se turnaba para cocinar y comían juntas por la noche. Cocinar comida típica de su país ayudó a Sophia a sanar. Las mujeres podían ir a la escuela. Algunas de las mujeres tenían que estudiar inglés, igual que ella. Su inglés era malo y estaba motivada porque quería poder asistir a clases universitarias regulares y estudiar arte.
En su casa natal iba en bicicleta a todos lados, algo habitual en su país. Por eso, las Hermanas le consiguieron a Sophia una bicicleta, que con la que podía ir hasta la parada de autobús, subirla y llevarla a la escuela. Sentía una libertad vivificante. Poco a poco comenzó a sanar tanto física como emocionalmente.
Después de un año, Sophia había hecho amigas y pudo mudarse con una de ellas. Le gustaba poder volver a ser como era ella en realidad, aunque su estadía en el hogar con las Hermanas había sido un período sanador. Finalmente se inscribió en clases universitarias y, ahí, en el campus, conoció a otro hombre, que le pareció muy agradable. Era hispano y ciudadano estadounidense. Tenía una familia grande y estudiaba ingeniería. Salieron durante un tiempo y luego contrajeron matrimonio, porque el exesposo de Sophia también había pedido el divorcio. Ella descubrió que este ya había estado conociendo por internet a otras mujeres de Europa del Este. No ocultaba sus comunicaciones en línea y se dio cuenta que ella también había sido engañada por su amabilidad inicial.
Sophia y su reciente esposo se mudaron a un apartamento y tenían una relación buena y abierta. Le contó lo que le había sucedido. Actualmente tienen tres hijos: dos niñas y un varón. Sus hijos hablan ruso y español, y aprendieron inglés en la escuela primaria.
El padre de Sophia falleció mientras esta vivía con las Hermanas; fue un día muy triste para ella. Su madre ahora vive sola, pero ha podido visitar a Sophia y a su nueva familia en los Estados Unidos en varias ocasiones, y Sophia ha llevado a su esposo e hijos a ver a su familia en Europa.
Al recordar su vida, Sophia se sintió muy agradecida por haber sido liberada de una situación tan aterradora y haber encontrado una nueva y feliz vida. Sigue en contacto con las Hermanas que la ayudaron a sanar y comparte momentos importantes con ellas mediante fotos y el correo electrónico. Ahora es una mamá y ama de casa, que vive con un esposo cariñoso y lleva adelante una familia feliz. Hace dos años obtuvo la ciudadanía estadounidense.
Aisha: Empleada doméstica
Aisha (ni su nombre ni su imagen son reales) tiene 40 años y viene de una zona rural del norte de África. Es la mayor de su familia inmediata y tiene una hermana y dos hermanos. Eran agricultores y al finalizar quinto grado Aisha comenzó a ayudar a su padre en la granja. Era un trabajo arduo para todos ellos. Son musulmanes devotos, pero también tienen muy buenos amigos cristianos. Sus familias a menudo celebraban las fiestas de cada una. Aisha se casó con un hombre del lugar y pronto tuvieron una hija. Pero su esposo no era un buen hombre. Se divorció de ella y contrajo matrimonio con otra mujer.
Uno de los parientes de Aisha se fue a trabajar a Medio Oriente y comenzó a enviar dinero a su familia. Esta posibilidad le interesó a Aisha porque quería una mejor vida para sus padres y su familia. Decidió ir también a Medio Oriente para trabajar como mucama. Tenía miedo de revelar el país real porque no quería perjudicar a su pariente. Cuando Aisha se fue de su casa su hija tenía tres años, pero sabía que esta iba a estar bien cuidada por sus abuelos.
Aisha fue contratada por un hombre muy adinerado a través de una agencia que la ayudó a conseguir empleo. Este hombre era dueño de una gran compañía y tenía cuatro esposas y muchos hijos. Todas las familias vivían en el mismo terreno donde tenían una escuela, un campo de deportes, un pequeño aeropuerto para sus aviones privados y muchas otras cosas que les permitían llevar una vida placentera. Comenzó a trabajar para la cuarta y más joven de las esposas, que para ese entonces tenía ocho hijos. Había varias mucamas, cocineros, choferes, etc. para encargarse de los hogares y las propiedades del hombre.
Aisha trabajaba muchas horas todos los días cocinando, limpiando y cuidando de los niños. Le resultó muy difícil al principio porque no hablaba árabe. Poco a poco aprendió las palabras que necesitaba escuchando y con la ayuda de los niños más pequeños. Cuando la familia viajaba, Aisha los acompañaba para continuar con las diversas tareas que tenía asignadas. La esposa solía volar a Inglaterra para ir de compras. El esposo viajaba a Alemania para recibir tratamientos odontológicos. Varios de los empleados los acompañaban en estos viajes para lo que se necesitara: cargar valijas, lavar ropa, ordenar la suite del hotel, etc.
A menudo reprendían a Aisha cuando hacía las cosas mal o no lo suficientemente rápido. Algunos de los niños eran muy malos y hacían cosas a propósito que la hacían trabajar más, como derramar cosas en el mantel o romper platos en arranques de ira. Los padres defendían a sus hijos, por lo que Aisha siempre era la culpable. Raramente veía a hombres, lo que era bueno porque significaba que no habría acusaciones de infidelidad. Con frecuencia tenía que levantarse por la noche para ahuyentar las aves de la piscina para que estuviera limpia cuando los niños quisieran nadar. El lavado y el planchado parecían no terminar nunca, tampoco las exigencias de comida, que los niños a menudo pedían en cualquier momento en que se les antojaba. A veces en una sola comida tenía que preparar cuatro o cinco tipos de platos diferentes para complacer a todos los que se sentaban a la mesa.
Su mayor preocupación era que no le pagaban por todas las largas horas que trabajaba. Cuando se quejaba ante la esposa, esta le aseguraba que le pagaría cuando su esposo tuviera tiempo. Pero pasaron meses y años sin recibir un pago suficiente.
De vez en cuando le daban dinero para enviar a su familia, pero era atípico y la cantidad poca. Era más un premio de “agradecimiento” que un salario. Esto comenzó a preocupar a Aisha porque estaba muy cansada y se daba cuenta de que nunca podría ayudar a su familia en la medida en que necesitaban. Cuando la familia de su jefe voló de vacaciones a Los Ángeles en su jet privado, Aisha los acompañó. Ocuparon una suite de habitaciones en un hotel costoso y todos los días salían de compras y a disfrutar de los paisajes. Las vacaciones duraron un mes. Aisha comenzó a pensar que este podría ser un lugar para escapar y encontrar un empleo en la casa de otra persona donde le pagarían un salario real.
El día antes del que debían volar de regreso y mientras la familia estaba de compras, Aisha corrió hacia la calle y paró un taxi, tal como lo hacían ellos. Solo sabía decir “¡Policía, policía!”. El taxista la vio con miedo y la llevó hasta la estación de policía. Allí la policía buscó a una persona que hablaba el idioma de Aisha y, quien pudo explicar su problema. Le pidieron que les mostrara sus documentos, pero no tenía nada porque su jefa se los retenía. La policía fue al hotel para obtener los documentos. Esto hizo que Aisha tuviera más miedo ya que no quería causarle problemas a su empleador. Su jefa dijo que no tenía ningún documento y la policía no pudo hacer nada. Llevaron a Aisha a una agencia que ayuda a personas con situaciones parecidas. Estuvo allí durante un año mientras la agencia trabajaba en su caso legal. Mientras tanto, estudió inglés en una escuela. Otra señora en la casa donde residía era muy mala con ella porque Aisha era musulmana, por lo que la agencia tuvo que trasladarla a otro lugar.
La nueva casa estaba dirigida por dos señoras que decían ser “Hermanas”. Aisha descubrió más adelante que trabajaban para ayudar a personas a través del grupo religioso al que pertenecían. Las residentes siempre las llamaban “Hermanas”. Aisha pronto se sintió como en casa en este lugar porque las mujeres hacían todo juntas y compartían los alimentos. Si era Ramadán, cambiaban el horario de la cena para que todas pudieran romper el ayuno juntas.
La casa tenía un gran jardín y las residentes procesaban las frutas y vegetales del jardín. Esto también hacía sentir a Aisha como en casa. Mientras permaneció en esta casa pudo mejorar su inglés, aprender a manejar y, lo más importante, pudo conseguir un empleo con un pago periódico. Comenzó a trabajar como lavaplatos en un hogar de ancianos. Cuando redujeron su horario de trabajo se quejó porque quería ganar suficiente dinero como para compensar por los seis años en que no le pagaron bien. En el lugar donde trabajaba le permitieron capacitarse para trabajar en el turno de noche con las personas que tenían problemas de memoria y otras fragilidades. Aprobó la capacitación y ahora tiene un empleo regular y con buena remuneración.
Es un trabajo difícil, pero a Aisha le gusta. Recibe beneficios de atención médica y jubilación, y ha conseguido varios aumentos. Además, conoció a personas que la contrataban para limpiar sus casas durante el día y, además, a una señora para quien cose bolsitas de joyas para la venta. Todo esto ayudó a Aisha a ganar dinero, por lo que pudo comprarse un automóvil y enviar dinero a su familia.
Después de ocho años lejos de su hogar, Aisha obtuvo su permiso de residencia permanente y pudo traer de manera legal a su hija a los Estados Unidos. Hacía ocho años que no la veía. Era alta y tenía 11 años cuando se abrazaron en el aeropuerto. Es un día que no olvidarán jamás. Ahora su hija ya está en los últimos años de la secundaria y le va muy bien. Pronto cumplirá 18 y comenzará la universidad. Su mamá está muy orgullosa de ella.
Aisha aprobó el examen de ciudadanía para convertirse en ciudadana estadounidense. Es difícil hacer rendir el dinero, pero hasta ahora le ha alcanzado para todos los gastos del apartamento, la manutención y la educación de su hija. Su único deseo es lograr traer a sus hermanos para no sentirse tan solas. Se ha hecho de otros amigos musulmanes en la mezquita donde oran; también conoce a personas cristianas que son muy buenas con ella. Siempre recordará a las Hermanas que le dieron un hogar y la confianza para iniciar una nueva vida en los Estados Unidos. Las llama siempre que necesita un consejo o ayuda. Pero nunca es como tener cerca la familia de uno. El verano pasado Aisha y su hija visitaron a su familia en el norte de África. Habían pasado 14 años desde la última vez que estuvo en su casa. Todo lo que podía decir era: “Alá ha sido mi ayuda en cada paso del camino”.
Jaimee: Explotación sexual en las calles
Jaimee Johnson de San Diego (la imagen no es real) es mamá de tres hijos, de 14, 11 y 5 años. Está estudiando Comunicación Empresarial en el Campus ECC del programa San Diego Continuing Education, que está conectado con San Diego City College. Espera obtener su licenciatura (B.A.) y, posiblemente una maestría (M.A.) algún día, y ampliar sus habilidades de oratoria y defensa pública. En 2020 Jaimee recibió el premio de la fundación Soroptimist “Live Your Dream” (Vive tu sueño) para poder mejorar sus conocimientos profesionales, habilidades y proyección en el campo laboral.
La historia de Jaimee: Al vivir con una madre alcohólica divorciada y un padrastro, Jaimee vivió de cerca la violencia doméstica y sufrió abandono y abuso sexual desde temprana edad. Esto afectó sus años de adolescente y adulta joven, y ya a los 19 estaba casada y tenía dos hijos.
Se sentía a la deriva tras descubrir que su esposo era homosexual; y una noche estando en un bar fue tentada a ingresar en la trata para explotación sexual como forma de hacer dinero y mantenerse.
Durante los siguientes siete años: “Abuso, cárcel, suicidio, perder a mis hijos, perder la familia, odio hacia mí misma, violación, robo, enfermedad mental, problemas médicos, todo se convirtió en algo normal para mí”, contó.
Pasó algún tiempo en una casa dirigida por una congregación miembro de la AEHT, pero se fue antes de haberse liberado por completo de la tentación de estar en las calles. Intentó muchas veces salirse, pero solo en 2014 cuando quedó embarazada de su hijo menor fue que encontró la voluntad de dejar de beber, conseguir un empleo y dejar de vender su cuerpo.
“Encontré a Dios”, dijo. “Dios continuó bendiciéndome con oportunidades, y una de ellas fue mi primera participación como disertante con las Soroptimistas de Vista, CA. Esa fue la primera vez que compartí mi historia en público”.
Desde entonces se convirtió en una incansable activista en la lucha contra la trata de personas y una defensora de víctimas y sobrevivientes de la trata con fines de explotación sexual a través de su organización sin fines de lucro “Sisters of the Street”.
Actualmente integra el personal de esa misma casa donde buscó por primera vez liberarse de la trata.
Entre las referencias presentadas en su nombre se incluyen cartas de apoyo de agencias y organizaciones sin fines de lucro de San Diego, como la California Against Slavery, así como de la periodista Mónica Dean, del Canal 7 de San Diego, quien dijo: “Agradezco que Jaimee Johnson haya elegido usar su doloroso pasado para lograr un poderoso impacto en el futuro. Sé que tiene un futuro brillante”. Extraído de SOROPTILINE Marzo de 2020 Vol. 10, Número 3 www.soroptimistvista.org